Clan "Inmortales"


lunes, 2 de mayo de 2011

Capítulo 25-Latido

-Brandom, ¿los vampiros no dormís?.-Preguntó aquel ángel de rosadas mejillas.
Cubrí su delicado cuerpo con aquellas sábanas y me recosté a su lado besando su frente con sumo cuidado.
-No, pero nada me gustaría más que soñar al igual que vosotros.-Dije.-Pero que mejor sueño que verte a ti dormir.-Añadí acariciando su rostro.
Sus labios dibujaron una sonrisa y su cuerpo se acercó al mío como si estuviera buscando cobijo, la atraje a un más mientras que sus ojos intentaron permanecer abiertos, pero el sueño la estaba venciendo pues sus párpados comenzaron a cerrarse lentamente.
-Me quedaré aquí hasta que te duermas.-Susurré.
-No puedo creer que estés aquí conmigo.-Dijo hablando hacia mi pecho.
-Yo tampoco puedo creer que me enamorase de una humana y sin embargo, aquí estoy.-Sonreí.
Apoyé la cabeza contra el cabecero de la cama y cerré los ojos por un momento, era cierto que jamás había imaginado estar tan cerca de un humano sin devorar su vida, pero ahí estaba, junto al humano más hermoso de la tierra.
Su cálida respiración me envolvía, me resultaba relajante escuchar aquel ser viviente tumbada sobre mi pecho sin miedo alguno, pues confiaba plenamente en mí.

Su cabeza comenzó a caer a los pocos minutos, inhalé el aire de la madrugada y éste me avisó que el sol iba a ponerse en cualquier momento, me levanté con sigilo y con cuidado la acomodé en la cama cubriendo sus hombros con las sábanas.
Hizo un gesto gracioso cuando frunció el ceño y no pude evitar sonreír, era como si se hubiese quejado por dejarla en aquella cama, mi pecho se hincho cuando tomé una gran cantidad de aire y me dirigí hacia la ventana para salir por ella cuanto antes.
Al abrirla, giré el rostro de nuevo para guardar aquella hermosa imagen en mi mente hasta que volviese a verla, hasta estar a su lado.
Me resultaba hiriente tener que marcharme dejándola sola, pues quería permanecer a su lado las veinticuatro horas que tenía el día, siempre con ella y sólo para ella, pero la realidad era que no podíamos permanecer juntos en ciertas horas del día, bien por mi naturaleza y repelencia al sol, y otra más complicada, mi familia.
Pero aquello no podía durar demasiado, de modo que estaba dispuesto hablar con mi padre para que aprobase que nos amábamos.
No iba a ser tarea fácil pero estaba dispuesto a que me desterrase de Londres si fuese necesario, si no pudiese soportar que su hijo estuviese enamorado de una humana al fin y al cabo, no era algo premeditado pues sucedió sin que estuviese en mis planes futuros.
De vuelta a la mansión, caminaba tranquilo, pensativo y sumergiéndome en mis pensamientos más escondidos, extrañaría mi querido Londres si padre me desterrase de este lugar al que realmente e sentido como mi hogar, pero no me importaba demasiado si Liz estuviese a mi lado.
Pues cualquier lugar fuera de Londres, sería igual de agradable y hogareño si ella estuviese conmigo en todos los momentos.
Una sonrisa fugaz dibujaron mis labios al imaginar a mi querida humana recorriendo juntos los lugares más hermosos de la tierra, veía con claridad sus expresiones, sus ojos asombrados mirando todo aquello que nos rodease.
Escondí mi mano en el bolsillo del pantalón y la que me quedaba libre la llevé hasta mis labios helados, el recuerdo de sus cálidos labios sobre los míos me hizo estremecer, que poderoso resultaba ser el amor, pues consiguió que mi cuerpo temblase al recordarlo.
Un suspiro salió de lo más profundo de mi pecho cuando estuve frente a la parte trasera de la mansión, abrí la verja sin molestarme si haría ruido o no, acto seguido la cerré y una silueta estaba sentada en uno de los bancos de madera que rodeaban la fuente de piedra.
Me aclaré la garganta y fruncí el ceño cuando su olor me dijo de quien se trataba.
-¿Tomando el aire fresco de la madrugada Estefi?.-Pregunté ocultando mis manos en el interior de mis pantalones mientras avanzaba hacia ella.
-¿Y tú?, ¿dando un paseo nocturno con tu saco de sangre?.-Se molestó.
-Sí, pero te agradecería que la llamases por su nombre, Elizabeth.-Contesté cuando me puse frente a ella.
-Está bien.-Dijo cruzándose de brazos.
Su mirada del color del fuego estaba perdida, el ceño lo tenía fruncido y quise averiguar a través de sus pensamientos que era lo que estaba ocultando.
-No te metas.-Me advirtió.-Puedo contártelo si no indagas por tu propia cuenta.-Dijo.
-Lo siento.-Me disculpé.-¿Qué ocurre?.-Pregunté con interés, me senté a su lado y ésta aún tenía la mirada clavada en el suelo.
-Es Atila, últimamente está muy raro, creo que no me ama como antes.-Se le quebró la voz.
-Tal vez sea por que no estás tan pendiente de él como antes.-Opiné.

Mi prima me fulminó con la mirada y acto seguido dibujó una sonrisa siniestra en sus labios.
-Los vampiros somos independientes, podemos sobrevivir el uno sin el otro, no tenemos por qué estar pendientes de nuestra pareja todo el tiempo como hacen algunos.-Dijo mirándome de reojo.
-Por supuesto.-Comencé a decir.-Podemos vivir el uno sin el otro, pero no estás demostrando que eres capaz de hacerlo al juzgar por tu rostro.-Dije aguantando su penetrante mirada hasta que ésta la retiró.
-El sol va a ponerse, será mejor que volvamos dentro.-Sugirió desviando la conversación.
Estefi se equivocaba al igual que mi padre, el amor era algo que para un vampiro no existía pero si que estaba presente, la prueba de ello era que yo lo podía sentir y parecía que los demás también pero renegaban de él, un vampiro preferiría partirse antes que doblarse ante el amor.
Una vez me hallé dentro de la mansión Estefi agarró sus vestidos y se dirigió al piso superior mientras que mis ojos la siguieron hasta que desapareció.
Caminé hasta la sala de estar y me dejé caer en aquél esponjoso sofá de color verde, los primeros rayos de sol intentaron colarse por los amplios ventanales y tuve que volver a levantarme para cubrirlos con las cortinas.
Volví a mi asiento pasando las manos por mis cabellos oscuros y acto seguido un suspiro salió de lo más profundo de mi ser.
Una amplia sonrisa iluminó mi rostro al recordar a mi frágil humana, ¿recordaría la hermosa noche que pasamos juntos?, otro suspiró se dejó escuchar en aquella silenciosa sala, fue largo y placentero pues con tan solo recordar su dulce rostro aquello era un suspiro seguido de otro.
Volví a pasar las manos por mis largos cabellos y descansé mi cabeza sobre el asiento, recordaba con claridad aquellas dulces palabras que ardían como fuego dentro de mi cuerpo, el cálido viento soplando y revolviendo nuestros cabellos, su piel aterciopelada rozando la mía bajo la luz de la luna.
-Ya has vuelto.-Dijo una voz sobresaltándome.-Tranquilo, soy yo.-Dijo mi hermano ampliando su sonrisa.
Me incorporé e hice como si no lo hubiese escuchado.
-Estoy pensando en contarle a padre que volviste a verla.-Dijo mientras caminaba silenciosamente por la sala delante de mí.
Una de mis manos se cerró en un puño intentando controlar mi furia mientras que lo fulminaba con la mirada.
-Si le vas a contar lo que yo haga, recuerda que tú también puedes salir perjudicado.-Le amenacé.
-No hace falta que lo hagas Brandom, yo mismo le contaré mi error pero también sabrá el tuyo.-Sonrió.
-Adelante, pensaba hacerlo de todos modos.-Dije seguro de mi mismo.
-¿En serio?.-Dudó.-Está bien lo avisaré enseguida y digámosle que su querido hijo también actúa por su cuenta.-Añadió desapareciendo por la puerta.
Mi mandíbula se endureció al mismo tiempo que mis párpados se cerraron fuertemente intentando controlar mi fuerza, había llegado el momento de enfrentarme a mi padre y a todo aquello que me impidiese estar con Liz.
Pude escuchar el murmullo de una de las sirvientas contestándole a Near que mi padre acababa de salir de la mansión, abrí los ojos de inmediato y algo se removió dentro de mí.
Me puse en pié para dirigirme al ventanal que tenía justo detrás, a través de él pude ver que el mayordomo sostenía un paraguas sobre la cabeza de mi padre para protegerle del sol y le abría la puerta de un carruaje color oscuro.
El chofer se aseguró de que se había acomodado en el interior y dio la orden a los caballos para que se pusieran en movimiento.
-Padre no está en estos momentos pero tranquilo, no se me olvidará que tenemos pendiente una conversación con él.-Dijo mi hermano irrumpiendo en la sala.
Aparté mi vista del ventanal y crucé la sala con pasos acelerados hasta llegar a su altura.
-A mí tampoco.-Contesté dándole un empujón para que se apartase del umbral de la puerta.
Aceleré mis pasos hasta llegar al perchero de madera que se encontraba al lado de la puerta principal, mi mano se cerró alrededor de una fina tela de color oscuro y tiré de ella con fuerza.
Me di la vuelta cubriendo mi cuerpo con aquella capa anudándola a mi cuello y acto seguido cubrí mi cabeza con la capucha.
Salí a toda velocidad a la parte trasera de la mansión en dirección al cobertizo, necesitaba saber a donde iba a ir mi padre, sus viajes era un tema que me preocupaba desde hacía mucho tiempo, quería cerciorarme de que todo iba bien y dejar claro que sólo eran imaginaciones mías cuando pensaba que nos encontrábamos en peligro.
Desaté las riendas de mi caballo con rapidez y una pálida mano tocó mi hombro con suavidad.
-¿A dónde vas?.-Preguntó mi hermana con el ceño fruncido.
-Necesito que distraigas a Near, voy a seguir a padre.-Dije cuando monté sobre Fénix.
-¿Pero, por que?, padre dijo que iba a ir a la ciudad.
-En cualquier caso quiero averiguar que todo va bien, abre la verja.-La ordené.
Mi hermana hizo caso a lo que la había ordenado y no tardó en abrir la verja trasera, pocos segundos después emprendí al galope siguiendo la polvareda que el carruaje iba dejando en el camino obstaculizando mi visión.
El sol era intenso e insoportable, parecía como si en algún momento los rayos quisieran atravesar la capa y causarme una muerte lenta y dolorosa.
Giré al lado derecho del camino intentando buscar las sombras que los árboles daban con sus ramas y me mantuve ahí hasta que el carruaje tomó una dirección opuesta a la ciudad.
Aquello era una señal muy clara de que mi padre había mentido, no iba a la ciudad como mencionó se dirigía hacia otro lugar, necesitaba saber donde y para que.
No tenía nada que ver con la curiosidad, si no con la protección de toda la familia, me inquietaba que actuase por su cuenta y que fuese visto por los humanos, aunque él sabía en todo momento lo que hacía, no dejaba de preocuparme.
Lo que estaba haciendo era ir en contra de sus normas, unas normas que se habían llevado a cabo desde el nacimiento de los vampiros, la más importante es no cuestionar los actos del miembro más sabio de la familia.
Un escalofrío recorrió mi espalda mientras cabalgaba a toda velocidad por aquél camino de tierra siguiendo el carruaje donde se encontraba mi padre en el interior.
Mantuve una distancia prudencial entre él y yo, pues nuestros olores podrían encontrarse y entonces si que podría meterme en un serio problema.
Aquél carruaje tomó una dirección diferente, se dirigía a Greenwich, un pueblo pequeño a unos treinta kilómetros de Londres, el mismo pueblo donde consiguió la sangre el día anterior.
Algo parecido a un presentimiento se movió en mi pecho, fruncí el ceño intentando averiguar que era lo que me producía aquella extraña sensación cuando me adentré en aquél alegre pueblo donde sus habitantes paseaban por las calles.
Ordené a Fénix a caminar con pasos cortos mientras que el carruaje hacía exactamente lo mismo, la distancia que mantuve esta vez era mayor, pues no quería estar expuesto a que descubriese mi olor.
Mientras paseaba a lomos de mi caballo por las calles de Greenwich, clavé mis ojos en un grupo de niños que jugaban alegremente alrededor de una gran fuente de piedra, uno de ellos se acercó a el caño de agua y con sus pequeñas manos las llenó para acercársela a los labios.
Uno de los niños que corría velozmente alrededor de la fuente para no ser atrapado por los demás tropezó con él y éste cayó hacia un lado evitando no caer en el interior.
-¡Lo siento, tropecé contigo sin querer!.-Gritó al ver aquél niño llorando en el suelo abrazando con fuerza su rodilla ensangrentada.
Aspiré el aire profundamente y detuve mi caballo para observarle, mi nariz se arrugó y contuve la respiración intentando evitar oler su sangre.
Cuando iba a preguntar aquél indefenso niño si se encontraba bien una niña de cabellos largos y rubios se arrodilló ante él.
-No llores hermanito, eres muy fuerte verás como tu herida se curará pronto.-Le sonrió con dulzura.-Venga, volvamos a casa.-Dijo extendiendo su pequeña mano.
Aquél niño se puso en pié con la ayuda de su hermana y su pecho se hinchó como si quisiera impresionarla.
Se limpió las lágrimas con la base de su mano y le devolvió aquella sonrisa.
-Claro que soy el más fuerte, ¿echamos una carrera a ver quien llega antes a casa?.-La desafió.
-¡Si!.-Contestó entusiasmada.-¡El premió será un beso de papá y mamá!.-Gritó poniéndose en posición de salida junto con su malherido hermano.
-¿Preparados, listos…?, ¡ya!.-Gritó.
Acto seguido pasaron velozmente y al mismo tiempo lentamente por mi lado, mis ojos les siguieron hasta que mi rostro se dio la vuelta y los perdí.
-“Estoy seguro que esa pequeña ganará la apuesta.”.-Pensé, acto seguido una sonrisa dibujaron mis labios.
Segundos después fruncí el ceño aclarando mi garganta, pues en mi interior aquel extraño sentimiento volvió a manifestarse en mi interior.
Mis ojos se movieron con rapidez intentando localizar el carruaje oscuro y no lo hallé por unos instantes, miré hacia el frente y allí estaba, avanzando con lentitud por aquella interminable calle de piedra.
Di un golpe con el talón sobre el lomo de Fénix y éste se puso a caminar con pasos largos hasta mantener la distancia, un guante de cuero asomó por la ventana del carruaje y tiré de las riendas dándole la espalda.
Oculté aún más mi rostro con aquella oscura capucha girando mi rostro hacia el carruaje temiendo de que me hubiera descubierto, suspiré aliviado cuando pude comprobar que solo tenía su mano descansando sobre el borde de aquella ventana.
No me quise arriesgar, de manera que bajé de mi caballo sosteniendo fuertemente las riendas, me dirigí hacia uno de los puestos que habían situados en ambos lados de aquella calle sin perder de vista el carruaje.
Me acerqué a uno de ellos donde vendían perfumes para caballeros, la señora que estaba en el otro lado del puesto frunció el ceño mientras intentaba mirar mi rostro oculto por la capucha.
-Disculpe señora.-Dije.
-¿Si, en que puedo ayudarle caballero?.-Preguntó amablemente sin dejar de fruncir el ceño.
-¿Me permite probar este?.-Pregunté tomando un perfume del puesto.
-Lo siento señor, sólo puede olerlo.-Contestó.
Mis ojos volvieron a mirar el carruaje, se encontraba lejos de donde yo estaba, volví a mirar aquella mujer y di un paso hacia delante intentando ocultar mi cuerpo bajo la lona que estaba situada en lo alto de mi cabeza.
Descubrí mi rostro y acto seguido pasé una mano por mis cabellos clavando mis ojos en aquella mujer que me miraba de manera diferente.
-Por favor, sólo quiero probarlo.-Dije.
Mi rostro tuvo que influenciar en aquella señora, pues acto seguido sonrió y un rubor le subió por las mejillas.
-Está bien joven, pero no se lo diga a nadie.-Dijo desviando su mirada tímidamente.
-Gracias.-Sonreí.
Aguanté la respiración y tomé aquél frasco con las manos, apreté un pulsador lleno de aire en dirección a mi cuello y segundos después disparó un líquido fresco y de fuerte olor.
-Delicioso.-Mentí arrugando mi nariz.-De nuevo, gracias madame.
-De nada señor.-Contestó.-Vuelva cuando quiera.-Dijo sonriendo.
Asentí con la cabeza al mismo tiempo que dibujé una sonrisa, subí a mi caballo y oculté mi rostro con la capucha, ordené a Fénix emprender al galope hasta divisar el carruaje, aquel olor a perfume ardía en mi nariz, estaba seguro de que ahora padre no se daría cuenta de que le seguía de cerca.
El carruaje giró a la izquierda, hacia la salida de Greenwich, un camino de tierra conducía colina arriba, a lo lejos pude divisar una enorme casa oscura, pero según me iba acercando era lo más parecido a un castillo abandonado.
Habían torreones en la vieja fachada oscura, sus ventanas eran tan oscuras como el resto del castillo pues los cristales no reflejaban la luz del exterior, era un lugar frío y sombrío.
La puerta principal era arqueada, la fachada oscura era de piedra y pude observar que con el paso del tiempo habían huecos en ella, pues en el suelo habían varias que se habían desprendido.
En lo más alto de aquél siniestro castillo se encontraba un torreón enorme, mucho más grande que los dos laterales, otro escalofrío recorrió mi cuerpo cuando detuve mi caballo y pude ver como el carruaje se detuvo frente aquella puerta arqueada.
Me escondí tras unos árboles cercanos observando al chofer bajar de su asiento, abrió el paraguas dirigiéndose hacia la puerta del carruaje y esperó hasta que mi padre salió.
La puerta principal chirrió al abrirse de par en par, un hombre alto y corpulento apareció en la entrada con las manos escondidas a sus espaldas, recibió a mi padre inclinando la cabeza y ambos entraron en el interior.
El olor de aquél hombre no era humano, era el olor inconfundible de un vampiro.
El chofer se quedó plantado en la puerta principal, con el paraguas en las manos esperando a mi padre.
Un suspiro frustrado salió de lo más hondo de mi pecho, no tenía ni idea de cómo iba a distraerle para poder entrar y averiguar que era lo que estaba ocurriendo, para que había venido a este lugar.
Até las riendas de mi caballo en la rama de aquél frondoso árbol y me dirigí hacia la parte trasera del castillo deseando encontrar alguna puerta trasera que me permitiera acceso al interior.
Corrí velozmente bordeando el castillo con sigilo, la vegetación de alrededor de éste era escasa, era obvio que estaba abandonado por sus habitantes o que les importaba muy poco cuidar sus terrenos.
Me mordí el labio inferior cuando caminé alrededor de la fachada trasera, pues las ramas que estaban esparcidas por el suelo estaban secas y producía un sonido alarmante, apreté mis dientes con fuerza mientras que mis ojos volaban en todas direcciones.
Las ventanas del castillo permanecían cerradas cuando eché un rápido vistazo por encima de mi cabeza, en ellas se podía apreciar el paso del tiempo, las arañas habían comenzado a tejer sus telarañas alrededor de éstas.
Mientras avanzaba con lentitud por aquella fachada me topé con una pequeña puerta de madera, apoyé las palmas de mis manos deseando que estuviese abierta pero no había sido así.
Aquella puerta estaba sellada y era inaccesible.
Una ventana que había situada a la derecha de ésta me llamó la atención, no estaba cerrada del todo, había una pequeña ranura que perfectamente cabían mis dedos.
Me quité los guantes de cuero sujetándolos con mis dientes e introduje todos mis dedos intentando subir aquella pesada ventana sin hacer el menor ruido.
Una vez la ventana completamente subida, volví a ponerme aquellos guantes oscuros y me asomé en el interior para asegurarme de no ser descubierto.
Allí no había nadie, me introduje en el interior de aquella abandonada sala, y me giré para volver a cerrar la ventana.
Cuando me hallé en el interior descubrí mi rostro y un suspiro de alivio se dejó escuchar en aquel lugar.
En ella se podía apreciar que nadie podía vivir ahí, todo estaba cubierto de polvo, las sillas estaban llenas de telarañas al igual que las esquinas de las paredes.
Dejé de prestar atención a todo lo que me rodeaba y me dirigí a una puerta.
El pomo también estaba cubierto de polvo, lo hice girar cuidadosamente y esta abrió a la perfección, unos pasos se escucharon en el otro lado, no cerré la puerta por temor a ser descubierto, de manera que mantuve mi mano aferrada al pomo cerrando fuertemente los ojos esperando a que pasaran de largo.
-¿Ha dado más problemas?.-Preguntó la voz de mi padre.
-Si señor Akerman, se niega a comer.-Dijo la otra voz.-Si sigue en esa situación morirá.
-¡Maldita sea!.-Gritó mi padre enfurecido.
Abrí mis ojos cuando su voz sonaba bastante lejana y abrí la puerta cerrándola detrás de mí.
Sobre mi cabeza había una larga escalera que conducía al piso superior, cuando los pasos cesaron aceleré los míos hacia ella y subí con rapidez para no perderlos de vista.
Las escaleras eran interminables, me detuve por un instante cuando tomaron otra dirección hacia la derecha, esta vez subieron por unas escaleras de caracol hacia el torreón más alto del castillo.
La luz de la antorcha que sostenía el otro vampiro dejaba ver una estela detrás de ellos mientras hablaban sobre alguien que supuestamente tenían ahí arriba.
Un olor diferente captó mi olfato, arrugué la nariz e inhalé profundamente para detectarlo, no lo había olido antes, pero me resultaba familiar.
-Abre la puerta.-Ordenó aquél vampiro a otro que estaba custodiando una puerta de madera forjada.
Cuando estuve lo bastante cerca y eché una rápida mirada, mi padre y los otros dos vampiros desaparecieron en el interior.
Cuando la puerta se cerró detrás de ellos avancé hasta ella, las paredes estaban cubiertas de moho y se arrastraban babosas por las esquinas del suelo.
Dos antorchas la custodiaban y me acerqué con sigilo apoyando mis manos en ella, aquella puerta de madera estaba cerrada por dentro y no había ninguna modo de abrirla o de buscar una manera para entrar al otro lado.
Aún con las palmas de mis manos apoyadas en ella acerqué mi oído para escuchar que estaba ocurriendo en el interior, entonces algo se movió dentro de mí cuando pude escuchar un latido.
El latido de un corazón humano.